Apreciada Amiga:
Vas a participar de una experiencia espiritual, es decir, profunda. Buscas un acercamiento y un encuentro más directo y personal con Dios.
Todo comienza por una revisión de sí mismo y la valoración de las propias cualidades y defectos, aciertos y errores, grandezas y miserias, de las que ninguno de nosotros escapa. Pues bien,
con esta carta quiero ayudarte a recordar y destacar las primeras: cualidades,
aciertos y grandezas.
En primer lugar, tu generosidad; enseguida, tu entrega y
dedicación a los demás; y, finalmente, tu abnegación. No parecería haber ni agregar nada nuevo a ello, pues son dones femeninos por excelencia. Pero permíteme dirigirme a ti en primera persona. Te aseguro que sé muy bien de lo que hablo...
Indudablemente,
has sido dotada de una especial sensibilidad hacia las otras personas,
que te lleva a ponerte en su lugar y a asumir como propias sus necesidades y
dificultades hasta el punto de querer servir, si no para evitarlas, por lo
menos sí para mitigarlas. Eso es generosidad.
Pero,
además, sueles dar el paso siguiente, sirviendo de todos los modos posibles al
bienestar de todos cuantos deseas ayudar, dedicando tiempo, esfuerzos y recursos
sin escatimar si son propios o el grado de exigencia y compromiso que esta
labor implique. Eso es entrega y dedicación.
Y toda esta
actividad está enmarcada por ese toque e ímpetu personal de hacerlo
entregándote a ti misma, dándote por completo y dando lo mejor de ti, sin más
medida que hacerlo por amor. Como dice San Agustín: “La medida del amor es amar sin medida”. Eso es abnegación.
Estas
apreciaciones no son en sí mismas un elogio, sino el punto
de partida para una revisión más íntima, con base en tus cualidades como mujer y en los talentos que Dios te ha
concedido. Y sirven también para hacer el contraste con los defectos,
debilidades o carencias que hayas sufrido o desarrollado a lo largo de tu vida.
Pero recuerda que no sólo se trata de verte a ti misma, sino al cuadro de la realidad completa a la luz de Dios, y ello entraña una misión para la que deberás ser probada y fortalecida. El Libro del Eclesiástico (2, 1-5) lo advierte claramente: «Hijo mío, entrando en el servicio del Señor, prepárate para la prueba... Porque como se prueba el oro en el crisol, así prueba Dios a quienes desean servirlo».
Estas palabras son, pues, un insumo para ese encuentro personal con Dios. Para que, a la luz
de tu encuentro espiritual con La Verdad -que es Jesús mismo-, estés muchísimo mejor dispuesta para ver y aceptar la verdad sobre ti
misma y sobre tu vida, es decir, para el encuentro contigo misma. De este modo, estarás en mejores condiciones de
continuar sirviendo con amor, y desde el
Amor, a todos tus hermanos.
Dios te
bendiga.
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