Sólo "salta al vacío" quien no tiene fe
Por Edwin Botero Correa
La conciencia de las bendiciones es algo de lo que, por la dureza de nuestro corazón, casi no tenemos noción. Sin embargo, ahí están cada día, como una fuente inagotable en su flujo perenne.
La única manera de reconocerlas y de recordarlas es llevando un registro diario de todas aquellas cosas por las que nos admiramos y por las que nos sentimos agradecidos de haberlas podido percibir y disfrutar.
Si no se lleva ese registro habitualmente y lo repasamos de manera ocasional, perderemos de vista las cosas esenciales aunque poco perceptibles a primera vista, y desarrollaremos la tendencia a recordar sólo los sucesos extraordinarios, nos inclinaremos hacia las cosas llamativas y nuestra atención se habrá atrofiado hacia lo aparente, aficionándose más a lo escandaloso que a contemplar la infinita serie de pequeños milagros que sustentan la vida y a descubrir cómo se entretejen en ese ritmo armonioso de las leyes naturales a las que nos vemos sujetos.
Todo es un auténtico milagro. Y sea que ampliemos la visión hacia lo infinitamente grande o hacia lo infinitamente pequeño, allí está esa inconmensurable infinitud para recordarnos que ya los puentes estaban tendidos, que la comunicación había sido sabiamente dispuesta y establecida, y que sólo "salta al vacío" quien no tiene fe.
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